La inseguridad política y social en latinoamérica sigue desplazando familias

Nueva Orleans, La – A Gilma Bello aún se le aguan los ojos y hace pausas al hablar debido al nudo que se produce en su garganta al recordar lo difícil que fue para ella cambiar drásticamente el rumbo de su vida y la de sus hijos Valentina, de 19 años, y Luis, de 10, al tener que salir de su Colombia natal.

“Fue casi de un momento a otro. Mataron a un primo, mejor dicho, nos mataron a un primo en los pies. Yo dije, ‘No, aquí no me quedó’. Después de tomar esa decisión, algunos familiares nos apoyaron con algo de dinero para poder llegar a México”.

Dada la carga emocional que representa para Gilma recordar su travesía, nos relató partes de ella en oraciones cortas. Ella y sus dos hijos viajaron con un hermano de crianza, la persona que estuvo más pendiente de ellos. Desde Colombia hasta la frontera entre Estados Unidos y México, donde se entregaron, les tomó entre dos y tres semanas llegar.

“Pasamos por agua, arena, desierto. Nos tocó pasar varias horas sentados bajo el sol abrasador del desierto, rodeados de arena. Era muy peligroso. A pesar de lo cansada que estaba, me repetía a mí misma: ‘No puedo dormir, no puedo dormir. Si me despierto y no están mis hijos…’ Era un sentimiento muy feo”.

Algo que quebrantó a Gilma hasta el punto de las lágrimas durante nuestra entrevista fue recordar las veces que pasaron sin comer y la impotencia que sentía cuando sus hijos le pedían comida. “Eso es quizás lo que más me ha dolido… Cuando pedían comida y yo tenía que decirles que se durmieran, porque no podía proporcionársela. ¿De dónde?”

Gilma perdió a su madre seis meses antes de tomar la decisión de abandonar su país. Aferrada a su fe y al recuerdo de su madre, no cesó ni un minuto durante toda la travesía de pedir su protección: “Le pedí tanto a Dios y a mi mamita que nos iluminara, que nos ayudara. Y sé que Dios nos tiene aquí por alguna razón”.

Una vez en Estados Unidos, la familia Bello enfrentó otro desafío. Sin familiares ni conocidos y con su primo aún detenido hasta que alguien pagara su fianza, tenían que encontrar a alguien que los recibiera. Una familia les proporcionó refugio para salir de Inmigración, pero les advirtieron que solo podrían alojarlos por un par de días porque eran tres. En ese momento, Gilma tenía que presentarse con mucha frecuencia en la oficina de migración.

Fue en esa oficina de migración donde Gilma tuvo un encuentro providencial con Tatiana Begault, Directora de The Great American Leadership, una organización que tiene como misión inspirar y fomentar el desarrollo del liderazgo en toda América, especialmente entre las poblaciones subrepresentadas y marginadas. Migración contactó a Tatiana pidiéndole ayuda para una familia sin hogar, ya que habían sido desalojados de la casa que los había acogido. “En aquel momento ni siquiera los conocía. Les dije que no había problema, pagué un hotel para que pasaran el fin de semana mientras me dedicaba a buscarles un hogar”, relató Tatiana.

Tras un par de llamadas, contactó a Familias Unidas en Acción. Después de explicar la situación y aprovechando que en ese momento había espacio en el albergue, Leticia Casildo, directora de la organización, dispuso de todo lo necesario para recibir a los nuevos huéspedes. “Este espacio está destinado a acoger a quienes lo necesitan. Por el albergue han pasado personas de Centroamérica, Sudamérica e incluso de Rusia. Este lugar ha sido testigo del nacimiento de bebés”, declaró Casildo. En ese momento, el albergue se convirtió en el hogar temporal de la familia Bello.

“Saber que es una madre soltera, al igual que yo, con dos hijos casi de la misma edad que los míos, y que incluso si fueran de edades distintas, igual los estaría ayudando”, expresó Tatiana. “Es cuestión de humanidad. Si no nos cuidamos los unos a los otros, ¿quién nos cuidará?”, puntualizó.

“La señora Tatiana es un ángel que Dios puso en nuestro camino. Todos los días se la encomiendo a Dios para que la proteja a ella y a todos los que nos han ayudado”, dijo. “Ahora estoy más tranquila, porque gracias a Dios tengo un plato de comida, tengo abrigo para mis hijos y eso es lo más importante”.

Poco a poco, Gilma y sus hijos se están adaptando a su nueva vida en Estados Unidos. Luisito ha empezado la escuela y está haciendo nuevos amigos, mientras que Valentina, una talentosa joven en las artes, ha comenzado a trabajar en un restaurante. Gilma ya aprendió a usar el transporte público, y ya está trabajando en un hotel. Saben que algún día tendrán que dejar la pequeña casa que ha sido su hogar durante estos meses para dar paso a otras familias. Por ahora, están ahorrando lo que pueden para pagar las deudas que adquirieron al salir de Colombia, al mismo tiempo que exploran nuevas oportunidades.

Aprovechan sus días libres para ayudar en la limpieza y el mantenimiento del albergue, así como para participar en las diferentes actividades de entrega de alimentos que Familias Unidas en Acción organiza, para ayudar a la comunidad más vulnerable. 

“A pesar de las situaciones difíciles, debemos de ayudar y hacer sonreír a la gente”. dijo Gilma

La nostalgia al recordar lo que dejó sigue presente en la memoria y el corazón de la familia Bello, pero también reconoce que la situación en Colombia cada vez es peor. Y como madre se negó a sí misma para evitar a toda costa que sus hijos pudieran seguir creciendo en un ambiente así. “No es fácil, pero cuando toca, toca. Y pues, le pido mucho a Dios que nos siga guiando”.